Ares

Uno siempre oye hablar de la responsabilidad de tener un hijo. De lo bonito que es. De lo poco que se va a dormir. De muchas cosas. Pero, la pura realidad, es que ninguna de esas cosas es realmente interpretable hasta que pasa.

A veces la paternidad/maternidad te llega. Otras la buscas. Yo… sabía que quería tener descendencia, pero nunca le había dado una excesiva importancia a cuando tenerla. A que fuera antes o después.

Pero el paso del tiempo al final va poniendo ciertas cosas en su sitio, y decides, que, si pasa, está bien.

No obstante, cuando pasa, te acojonas.

El 7 de marzo de 2019 nos enteramos de tu existencia. Como suele ocurrir en estos casos, tras una falta y un predictor salieron las dos rayitas. La realidad durante la espera: no sabíamos si queríamos. Teníamos miedo. ¿Y quién no lo tiene ante esa perspectiva?

Cuando no eres padre, ves que el mundo sigue girando y nacen miles de niños y no pasa nada. Familias de todo tipo, clase y situación tienen niños. Y salen adelante. Pero cuando te toca a ti, es un mundo completamente diferente. Es tan diferente que no sabes casi como afrontarlo.

Y así fue. La decisión no fue trivial. Ambos teníamos miedo. Ambos teníamos planes. Ambos … pensábamos que no era el momento. Nunca iba a ser el momento perfecto: o el trabajo, o la casa, o la situación de la pareja en un momento particular, o.… siempre hay algo. Pero tras muchas dudas, seguimos. Seguiste.

El embarazo, para el padre, es algo totalmente diferente. Para mí, y tengo que decirlo, fue como si no lo estuviéramos, en cierto modo. A mí no me estaba creciendo dentro nada. Creo que la sensación y el instinto paternal en el padre, sale mucho más adelante. Amigos me han dicho que incluso tardaron meses después de que naciera. Es lógico. Son vínculos muy diferentes.

Diste un muy buen embarazo a mamá. Sin nauseas, sin problemas. Pensamos nombres, y mamá y yo decidimos que si eras niña serías Laia. Si eras niño serías Izan.

Al principio, en esas primeras ecos que apenas se ve nada, nos dijeron que parecías ser niña. Ibas a ser entonces Laia. Pero luego algo pasó y tuvimos que hacerle pruebas a mamá. Esas pruebas nos tuvieron en vilo. Porque ya no era cuestión de si eras niño o niña. Era que pudieras estar malit@. Tu sexo pasó a un segundo plano, pero el problema que veían nos trajo mucho miedo, muchas dudas, y, sobre todo, que no sabíamos ya que eras. No me voy a enrollar explicándote que ocurrió. Pero simplemente te diré, que con el objetivo de que sobre todo mamá estuviera más tranquila con lo que pasaba, decidí rebautizarte temporalmente y pasaste a llamarte Cebiche. ¿Por qué Cebiche? Bueno… ibas a ser nuestro bicho, nuestra bicha. No se sabía que ibas a ser. Así que… como estaba tan de moda por entonces como parte del movimiento feminista usar la «e» como denominación neutra… ibas a ser un biche. Y de ahí, cebiche (que como quizás ya sabrás, es un plato).

 

Poca broma llamarte así. Fue lo que nos permitió, en unos momentos duros y de incertidumbre, ponerle esa nota de humor un tanto negro que confió en que cuando leas esto puedas seguir reconociendo en tu padre.

Afortunadamente, tal y como esos malos momentos vinieron, se fueron. Se despejaron las dudas: ibas a ser un chico, y todo estaba más o menos bien. Lo que te pasaba, era nimio. Por cierto: que sepas, que, si hubieras sido niña, te hubieras llamado finalmente Alejandra. Mamá, hasta cedió en eso cuando pasó todo lo que pasó.

La cuestión es que a mamá y a mí ya no nos gustaban ni Laia ni Izan. No sabemos porque, pero tras lo que ocurrió, ambos decidimos que ninguno de esos podía ser tu nombre. Así que… vuelta a empezar.

Para entonces tu madre y yo estábamos de viaje en Roma. Habíamos ido a ver a tu tía bailar. Y pensamos nombres. Hasta que, en una pizzería a la que ojalá podamos llevarte algún día, revisando páginas de nombres, dimos con uno perfecto: Ares.

Tu madre estaba reticente: le gustaba, pero… se parecía mucho a como llamaba a papá. Tus abuelos no lo habían oído nunca. Igual que tu bisa por parte de tu madre. Además… ¡era el nombre del dios griego de la guerra!

Y.… era perfecto. Era perfecto porque sabía que ibas a ser un guerrero, y un luchador. Porque, como leímos en Wikipedia y sirvió para convencer a tu madre, Ares «personificaba la valentía, la fuerza incansable, rey de la virilidad masculina, protector del olimpo y de los ejércitos, líder de los rebeldes, de los hombres justos, y ayudante de los débiles.» Porque deseamos de corazón que seas así: rebelde, pero justo. Que ayudes a los que lo necesitan.

Diste un buen embarazo a mamá. Te portaste fenomenal. Y a mi poco a poco me empezaste a cambiar. Es innato, supongo. De no fijarme jamás en nada que tuviera que ver con bebés, hasta como me dijo tu abuelo paterno: “empezar a ver embarazadas por todos lados”. No es que no estuvieran antes. Es que no te fijabas. Mirabas los carros de otros bebés. Los mirabas a ellos. Supongo que ese instinto paternal se desarrolla poco a poco y de forma innata. Sin quererlo. Sin saberlo.

Te hiciste de rogar. Creíamos que vendrías antes de lo que viniste. Todo apuntaba a favor de que salieras, pero entiendo que estabas bien a gusto dentro de mamá. Tuvimos que finalmente pedir que te sacaran. Estábamos impacientes por verte. Y el parto fue bien. Te hiciste de rogar, pero fue bien. Y te vi, y tuve uno de esos momentos en los que crees que eres muy duro y muy macho y estarás impasible, pero no pude evitar que una sacudida como las que te dan cuando te da hipo, cuando te emocionas de forma repentina y abrupta, llegara a mí. No lloré, y no te lo digo por ser más macho, si no porque hice lo posible para contener las lágrimas. Para contener una emoción que en realidad me estaba desbordando y que estaba saliendo por todos los poros de mi piel. Representaste uno de los momentos más emotivos de mi vida. Un momento que lo cambiaba todo. Que cambiaba nuestras vidas para siempre.

Uno se plantea muchas cuestiones éticas a lo largo de su vida, en diferentes momentos, y en función de su forma de ser. Pero en mi caso creo que además todo eso se vio magnificado cuando sabíamos que íbamos a tenerte. Uno piensa en el bien y el mal. Piensa en como los niños crecen y se hacen crueles. Piensa en cuando tenga que lidiar con un hijo adolescente, que querrá hacer todo eso que tu hiciste y quisiste hacer, todo eso que tus padres no querían que hicieras porque era peligroso. Pensamos en que ahora nosotros seremos nuestros padres y querremos protegerte, aunque tú te empeñarás en ir por tu camino. Pensamos en lo que sufriremos el día de mañana cuando te caigas, aunque te ayudemos a levantarte. Sufriremos contigo cada problema y decepción, y festejaremos incluso más que tú tus éxitos. Esos pensamientos que para mí hace poco eran ajenos, ahora están más interiorizados que nunca.

Pensamos y sufrimos con la idea de darte una educación que te haga ser, sobre todo y, ante todo, buena persona. Ser justo. Defensor de los débiles. Merecedor del nombre que escogimos para ti.

Quiero darte la bienvenida a este mundo. Un mundo que confío en que mejore. Si lo hacemos, debe ser para ti, tu generación, y las venideras. No para nosotros.

Quiero que sepas que estoy acojonado. Tengo miedo de no ser capaz de transmitirte los valores que tengo en mente. Esos que te hagan, por encima de todo, una buena persona. Decidida, independiente, diferente, pero buena. Pero tu madre y yo haremos lo posible para ello.

Y quiero que sepas, que te queremos.

Bienvenido.