Cuando Ares se va a dormir siempre me pide que le cuente tres cuentos.
El primero, es el libro de la selva. A mi manera, reducido.
En el segundo, Ares es el protagonista: un niño que se quitaba siempre los zapatos, y al que su madre le regala unos zapatos voladores, rojos, por dejar de quitárselos.
Y en el tercero, tú eres el protagonista.
En el tercero, le cuento ese día que fuimos de pesca. No recuerdo donde fue. Solo recuerdo que era un río, y recuerdo que fuimos a comer, y dejamos las cañas, y que cuando volvimos, una increíble cantidad de agua caía río abajo. Las cañas no se las llevó de milagro. Y tú fuiste a cogerlas.
A Ares, en esa versión de la historia, yo le digo que «fuimos a comer un bocadillo de tomate». Porque el escogió de que era el bocadillo. Pero si le digo que fue en la furgoneta blanca. No sé si era una C15, que tuviste, hace mucho tiempo.
El me pide que la historia acabe contigo lanzando las cañas (a pesar de haberlas «rescatado») al agua, y donde un tiburón, y solo uno, se las come.
Pero son las pequeñas licencias que a un hijo no se le pueden negar.
Porque lo importante de todo esto es que tú eres el protagonista. Y que la conexión entre abuelo, nieto y bisnieto, para nosotros, será esa historia, con esas pequeñas licencias de Ares.
Ya no estás, porque la vida es así, y no hay nada que hacer. Pero me quedo con esa historia, y mil más. Me quedo con nuestros momentos, de pesca, en Nava, e incluso hasta discutiendo de política. Me quedo con alguna navaja de Taramundi, que tú me regalaste. Me quedo con el buen recuerdo.
Descansa en paz tato.