Recordemos una vez más que los pacientes perdían la vida en el mismo instante en que los transportaban al otro lado, a partir de ahora no necesitan quedarse ni un minuto, es sólo el tiempo de morir, y ése, si siempre fue de todos el más breve, un suspiro, y ya está, se puede uno imaginar lo que es en este caso una vela que de repente se apaga sin necesidad de que nadie sople. Nunca la más suave de las eutanasias podrá ser tan fácil y tan dulce.
José Saramago – Las intermitencias de la muerte
La semana pasada vi, una vez más, la película Old Boy. La versión de Spike Lee. Que entiendo que no es la original, por lo poco que he visto. En esa película, por un muy breve instante de tiempo, se puede admirar la fotografía que ilustra el principio de este post. No sé si es realmente una obra de Dalí per se (entendiéndole a él como creador-autor), o si simplemente sale en ella.
A raíz de esa imagen, la cual, aunque había visto previamente, reconozco que no me había causado mayor impresión hasta el otro día, la busqué hasta encontrar una versión con la suficiente calidad de esta, como la que encabeza el presente post. Por algún motivo que desconozco, cuando había visto esta imagen en otras ocasiones, me había dado igual. Sin más. La reconozco como que la había visto, pero sin mayor interés. Y, sin embargo, el otro día, me causó una gran impresión y admiración. Derivada de esta impresión y admiración me dedique a leer un poco más sobre Dalí. Debo reconocer que mi interés previo en Dalí había sido tirando a nulo. Algo que además luego me sorprendió teniendo en cuenta que, una de sus obras más famosas precisamente (La persistencia de la memoria), es precisamente una obra que, aun habiéndola contemplado previamente, como la foto, no me había causado mayor impresión, y sin embargo, ahora, me cautiva, impresiona, empequeñece y retuerce mis sentimientos y pensamientos, a partes, más o menos iguales. Y de Dalí, en general, lo poco que leí, debo decir que me impresionó por lo transgresor de su visión de las cosas. Algo parecido a lo que en cierto modo me gustaría agarrarme, y que por eso el blog coge el nombre de pensamiento transgresivo, aunque la pura realidad es que el pensamiento transgresivo de verdad se quede en mis entrañas, por miedo a salir, a no ser valorado, reconocido, y sobre todo, a ser vilipendiado y condenado a una especie de ostracismo.
No es nuevo ni sorprendente que me he vuelto últimamente monotemático. Hoy mismamente al abrir el blog para escribir este post, he podido ver como mis últimos posts, son posts que, como no, vuelven, una y otra vez, de una forma u otra, a la muerte (no todos afortunadamente, pero en general, la mayoría).
Tengo una obsesión, que ya conocía y tenía, pero que se está acentuando más y más últimamente. Quizás sea porque el fondo más profundo y hondo de mi ser siente un cierto desasosiego general y perenne hacia la vida, hacia mi vida, que no hace más que retroalimentarse de la mierda propia y externa, y genera esa visión donde la muerte no hace más que aflorar, a veces de forma pseudoromántica, a veces de forma cruel. No es nuevo, ya he vivido esto, pero encima, la hija de puta de mi cabeza decide que esos pensamientos, crueles, duros, de mierda y destructivos se centren en lo que más quiero: mis hijos.
Mi psicóloga (si, mi psicóloga, a la que llevo ya meses (años quizás ya diría) acudiendo, primero por otros problemas, y ahora por estos), a este respecto, cree que la clave de mis pensamientos lúgubres, tétricos, tristes y demoledores sobre la muerte y mis hijos pueda tener un trasfondo en mi infancia, recomendándome escribir sobre ello. Algo que, aunque ya hace más de un mes que me ha encomendado la tarea, no he hecho de forma clara. El máximo esfuerzo ha sido crear un grupo de WhatsApp donde estoy yo solo (Niñez de Alex) y donde voy poniendo píldoras (frases, keywords) de algunos recuerdos de esa, mi infancia. Y es que, como le dije a ella, tengo la sensación de tener un bloqueo casi total de mi infancia y adolescencia. Siento pesadumbre cuando hablo con amigos y veo como ellos recuerdan unas u otras aventuras y peripecias, donde aparentemente yo estaba, y a mí, me suenan a cuento chino, donde no puedo rescatar ni un solo frame de esas historias que ellos recuerdan vivamente, y donde yo aparezco, a veces de soslayo (donde sería más comprensible esa «amnesia») y otras incluso a veces de protagonista (donde es menos comprensible). Por defecto, cuando intento pensar o recordar cosas de mi niñez y adolescencia, generalmente, solo consigo, a veces, que algunos pequeños fragmentos vengan a mi cabeza. No digo con esto que tenga, un bloqueo total, pero si, creo, que es… semi-parcial. Un bloqueo de mis recuerdos donde a veces tengo la sensación, de no haber tenido niñez, infancia, adolescencia, ….. Donde los recuerdos solamente emergen por “disparadores” concretos (si, a veces, una historia contada por un amigo; a veces, un olor a una colonia o perfume; a veces, una canción; a veces, un lugar…), pero donde aún así, lo poco que suele venir a mi mente, viene con pinceladas, en forma de pequeños fragmentos. Sea como sea, tengo el propósito de escribir esta especie de diario, poco a poco, aunque sea en forma de pequeñas historias. Lo que aún no tengo claro, es si me lo guardaré para mí única y exclusivamente o si algún día decidiré hacerlo público, como hago con estos pensamientos y sentimientos. Veremos.
La cuestión, es que la muerte, como digo, sigue y sigue dentro de mi. Y obviamente no de forma metafórica (aunque es lo que pretende la frase), pues la muerte, siempre está dentro de todos nosotros, esperando simplemente a darnos el toque final. Aunque en este caso, la hija de puta, no se conforma con llevarse cada vez pequeños (segundos, minutos, horas), o grandes (días, semanas, meses, años) trozos de mi vida, sino que encima, decide divertirse conmigo, a través de mi yo, ello y superyo (o, como quieran llamarlo otros psicólogos diferentes a Freud), pero, en resumen, introduciéndose en lo más profundo de mi ser, para, en cierto modo, hacerme pensar. Aunque a veces no tengo claro si ese pensamiento es para joderme la vida o para hacerme, en cierto sentido, despertar, y hacerme reflexionar sobre como esta yendo (o estoy llevando), mi vida.
El fragmento que abre el post es un trozo como indico del libro de Las intermitencias de la muerte de Saramago. Libro que no he acabado. Libro que cogí con gana. Libro que dejé de lado como muchos otros pero que retomé recientemente con interés. Libro que, por cierto, muchos otros fragmentos merecerían ser rescatados, como este que abre el post, y ser expuestos de forma pública, obligando a todo ser humano a leerlo y a reflexionar sobre él. A tratar de entenderlo, aunque sea bajo su única visión y perspectiva, que como todo el mundo debería saber, pero no todo el mundo en realidad sabe, siempre es diferente a la de los demás. Aunque sea en los detalles a escala nanométrica.
Es, por cierto, quizás, esta una de las fuentes de mi desasosiego personal. No de esas que te hacen pensar en la muerte, al menos no como solución a los problemas, que no se me malinterprete, pero si como una especie de… me canso de la vida, a tomar por culo, tu, el, ella, elle, ellos, ellas, elles, y todo Dios. La vida es jodidamente complicada, pero más jodidamente complicado si cabe es vivirla en un mundo donde los demás no entienden, o no quieren entender, esas diferencias que nos hacen precisamente la existencia tan divertida (nótese aquí, cierta potencial ironía). Se cuan complicado es ponerse en el lugar del otro. Esa famosa frase de ponerse en los zapatos del otro. Fácil de leer, de escribir, de decir, pero difícil de aplicar. Por el orgullo innato e inherente al ser humano, en general, que no nos deja entender que no somos el puto centro del universo y que otras visiones, opiniones u opciones, son posibles.
Este es un tema de extremo interés para mi, porque la pura realidad es que somos seres de extrema complejidad, donde tendemos a pensar que nuestra visión y percepción es la buena o válida, y que las demás, están equivocadas. Nos cuesta muchísimo, a la gran mayoría de nosotros (me incluyo y me sitúo en cabeza), entender las razones o motivos que los demás tienen para hacer o pensar algo, fundamentalmente, cuando ese algo es contrario a nuestra visión del mundo. Tendemos a dividirnos. Derecha o izquierda. Blanco o negro. Nos olvidamos de que somos más de 7.000 millones de personas, y aunque eso no sea un motivo intrínseco para permitir cualquier opinión o visión, si que debería serlo para entender que la nuestra, esa que solo representa el 1/7.000 millones, no es la única, la buena, la mejor. Que hay asuntos donde las opiniones o visiones los marca claramente una sociedad, y donde no necesariamente ir en contra de esa sociedad implique ser malo. Es un terreno pantanoso, donde hay muchas aristas y muchos ejemplos de visiones extremadamente inhumanas y crueles que podrían querer hacerse pasar por esta especie de «libertad de expresión o pensamiento» que en cierto modo promulgo con los que yo no estaría de acuerdo, y donde quizás precisamente se me podría tachar de hipócrita al intentar vetar algo porque no comulgue conmigo, cuando precisamente en cierto modo trato de decir lo contrario. La realidad es que en cierto modo es así, y yo soy el primero que cree que ciertas reglas sociales no son justas para la persona a nivel individual. Aunque particularmente siempre he sido un acérrimo defensor de que precisamente el quid de la cuestión está precisamente ahí: en como la visión o acciones de uno, a nivel individual, causan o pueden causar perjuicio a los demás. Y en usar ese como criterio base para permitir que cada uno viva su vida como quiera.
Pero la realidad es que las cosas van más allá de formas generalistas de pensar o acciones que puedan tener un impacto en los demás. Estos, son problemas a nivel de sociedad, en los que no tengo un especial interés más allá del… digamos, filosófico, o de mera curiosidad sobre sus implicaciones. Mi principal interés en este asunto, sobre las formas de ver las cosas, tiene especial importancia y relevancia en lo individual y personal. En eso que afecta a uno mismo, y a su entorno más inmediato. A eso donde la forma de ser de cada uno afecta a las personas que quiere y que le quieren. A ese entorno inmediato, que te rodea de forma directa. Ese entorno que cada uno puede definir generalmente a través de su pareja, sus hijos (de tenerlos), sus padres, sus tios, sus abuelos, sus amigos. Ese entorno es el que se ve afectado por la idiosincracia y forma de ser de cada uno, y donde cada uno debe reflexionar y considerar si esa es la forma en la que quiere vivir.
Yo, como todo el mundo, me he definido como persona en base a mis vivencias. A mis experiencias personales. Las típicas frases «wonderful» nos definirían a cada uno de nosotros como la suma de nuestras experiencias, vivencias, etc. Y como frase, suena muy cool, y además, tiene razón. Nos moldeamos como personas a base de todo lo que vivimos. Nuestra familia, nuestros amigos, nuestro entorno… y nosotros. Porque la realidad es que si, todo lo que nos rodea (familia, amigos, entorno, …) es importante y definirá una parte importante de lo que seremos. Pero también nosotros. El problema es que ese «yo», eso que nos define a nosotros como personas individuales que no se dejan influir por esos elementos externos, no siempre actúa cuando y como debe. Hay personas donde esa individualidad les viene antes, y otras, donde les viene después. Hay personas que se dejan guiar más por su forma de ser y sensaciones, y otras que se guían más por su entorno. Hay personas que han aprendido e interiorizado lo que les rodea (de padres, amigos, entorno) y las han hecho tan propias que no se sabe donde empiezan ellos y donde acaba el entorno que les ha moldeado. Hay personas que han considerado esto que los rodea como algo tan firme y estándar, que cualquier cosa que se escape de los canones, características o limitaciones que hayan adquirido de esto que les rodea, está mal. Hay personas que definen su mundo, y su concepción de lo que está bien y está mal, de como actuar y como no actuar, de como sentir y como no sentir, de como vivir y como no vivir, de una forma tan increíblemente vinculada a lo que ha sido su vivencia personal, que todo lo demás, simplemente no vale. Pero lo peor, no es esto, no es que uno se vincule o adhiera tanto a su pasado/vivencias/entorno que considere que todo lo que escapa o se sale de el no es bueno. Lo peor es cuando además, con base a esta visión donde lo que te ha rodeado define lo que para ti es lo «correcto» y bueno (lo que debe ser), desarrollas y empoderas además tu propia visión extendida de estos ideales. Donde solo tu visión (aparentemente unica y exclusiva – hasta que encuentras quien te apoye por similares simpatías o confraternizaciones) es la única y válida. Donde todo lo demás, en realidad, no solo no comulga contigo, sino que va contra tí. Y es ahí, desde mi humilde perspectiva, donde empiezan los problemas. Donde tu visión individual, única ante los ojos de Dios y del mundo, es la única válida. Donde tu, y solo tu, tienes la razón. Donde los demás, no valen nada.
Somos seres complejos. Con poca tendencia a la autocrítica. Con poca tendencia a querer entendernos.
Somos seres abocados al fracaso. Ese fracaso disfrazado de ganancia, pero que realmente conlleva a la soledad y a la tristeza.
Somos seres que nos contentamos con ganar las discusiones de mierda. Esas que no valen nada, pero que nos hacen sentir por encima de los demás. Esas que nos dirigen a enfados, que a veces duran días. Días que perderemos y no recuperaremos jamás. Días que nos arrepentiremos de haber perdido cuando sintamos el frío que precede a la muerte.
Llevo semanas intentando controlar mis enfados. Controlar mis impulsos. No hay nada que me duela más que enfadarme con mis hijos cuando ellos no tienen la culpa de nada, y mis enfados vienen de fuera. Llevo semanas intentando pensar y racionalizar lo que siento e intentar buscar en mi cabeza alternativas (muchas veces sin éxito) al sentir de la tristeza, el fracaso, y, el enfado. Llevo semanas intentando inyectar en mi cabeza, en mi cerebro, en mis neuronas, que los enfados, aunque posiblemente lícitos y justificados, no llevan a nada. Llevo semanas pensando en una solución que haga que cuando me enfade, algo me de un calambrazo y me haga recordar de que la vida es corta y podría morir mañana y que no merece la pena estar enfadado por nada. Y menos aún con las personas a las que quiero. Y menos aún con las personas a las que quiero que no tienen culpa de nada. Quiero aplicarme lo que una vez, hace muchos, muchos, muchos años, le dije a mi padre: «Cuando te enfades con mamá, no lo pagues con nosotros». Y es que no hay cosa que más me duela que pagar mis enfados, con otros, con mis hijos, que son, por encima de todo y de todos, lo que más quiero.
La vida es corta. A veces más de lo que creemos. Y los enfados, no valen de nada. Y si un enfado merece de verdad la pena, también merece la pena buscarle una solución, aunque esa solución, implique acciones drásticas. Mejor eso, que vivir cabreado.