Evolución de roles en la universidad

Ahora mismo debería estar revisando y escribiendo la propuesta del plan nacional que quiero enviar este año. Digo revisando, porque dos personas de mi laboratorio y de mi anterior proyecto que es la semilla de este nuevo, me han ayudado estas semanas elaborando parte del estado del arte y de la metodología que quiero incluir en la propuesta. Y esta ayuda me ha hecho reflexionar sobre lo que hoy quiero contar aquí.

Y es, sobre la evolución del rol académico. Sobre la gestión de las personas que están a tu cargo. Sobre la interacción con quien está por encima tuyo. Sobre el respeto. Sobre no dejarte pisotear, pero ser humilde. Sobre tratar de entender que siempre se puede aprender. Sobre entender que mucha gente te quiere, y muchos te quieren joder. Sobre la formación de nuevos investigadores. Sobre el síndrome del impostor. Y sobre las ambiciones y los perfiles universitarios.

Quiero hacer esta reflexión, porque me he dado cuenta de que mayoritariamente me he rodeado de un equipo magnífico estos años, y porque veo cómo su evolución a veces parece estar intoxicada por diversos factores. Y porque creo que siempre es bueno a veces reflexionar sobre dónde ha estado uno, dónde está, y dónde estará.

La evolución en la universidad vista desde un punto de vista de roles, y del cambio de esos roles de menor escala a mayor escala es… compleja, muy compleja. Es un camino lleno de egos, de envidias, de pasotismo, de aparentar querer ser lo que uno no es (o aún no es), de saber cambiar en la capacidad de tener que llevar tareas técnicas/operativas a decisiones más estratégicas. De saber entender dónde estás en cada momento y adaptarte.

Y para hablar de ello, voy a hablar en parte de mí, y de lo que me rodea.

Hice la tesis en un grupo donde mi jefe, ahora amigo, siempre decidió que lo mejor era darme plena autonomía e independencia, incluso cuando era un estudiante de tesis. Viendo en él la figura del mentor que me ayudaría definir por dónde ir, pero que jamás iba a darme un detalle técnico. Con el paso de los años mis tareas fueron yendo de lo técnico a encargarme de aspectos que, quizás, eran para niveles posteriores (e.g. post-doc). Como ayudar a escribir deliverables, o incluso a escribir propuestas. Aprendí muy pronto lo que era una propuesta, cuáles eran los organismos que financiaban, cómo se escribía una propuesta (su estado del arte, su metodología, su workplan, etc.). Aprendí a escribir y a que me corrigieran. Aprendí a dar ideas y a que me las tiraran o me las aplaudieran. Aprendí mucho. Todo lo que aprendí es lo que creo que me ha permitido llegar a donde estoy. Porque aprendí a ser independiente. Aprendí a ser proactivo. Aprendí a no esperar a que me mandaran las cosas para hacerlas. Aprendí a organizarme. A gestionar mi tiempo. A gestionar recursos. Aprendí a justificar propuestas. Aprendí a hablar en público y expresar ideas. Aprendí incluso a improvisar (aunque reconozco a veces haber abusado de esto).

Alguien podría criticar que esto no es tarea de un estudiante de doctorado. Y puede que no sea tarea de un estudiante de primero. Pero creo que tampoco es una tarea que venga mal a nadie. He aprendido con el tiempo que los IPs gestionamos los proyectos estratégicamente. Tratamos de que la gente que contratamos haga su trabajo correctamente, científicamente, en tiempo y en forma. Pero rara vez yo ya pico un código. Y no porque se me caigan los anillos. Porque NO tengo tiempo. Porque creo que ya NO es mi momento para ello. Lo cual no impide que no tenga a veces ganas de hacerlo. O que el día de mañana vuelva a hacerlo. Pero creo que mi rol, ha cambiado. Y ha cambiado hacia otro punto en el que ahora tengo que preocuparme también de formar a los futuros investigadores. A enseñarles a caerse y a levantarse. A mandar un paper y a aceptar el rechazo. A mandar una propuesta y que la tiren. A que se conecten conmigo a las reuniones de gestión de proyectos. A las reuniones para escribir propuestas. A que escriban partes de las propuestas (aunque sean tan importantes y delicadas como la metodología). A que vean mis correcciones y aprendan de mis sugerencias, que puede que al final ni siquiera sean las correctas, dado muchas veces el altísimo grado de subjetividad que lleva el proceso de revisión. Pero solamente dando la oportunidad de hacer estas tareas alguien aprende.

La evolución de roles forma parte de la realidad. Todos vamos haciéndonos más “senior”, y nuestras tareas cambian. El problema es cuando uno quiere ser lo que no es demasiado rápido. O cuando uno se le espera que ya tenga un rol mayor y se estanque en otras tareas. Pero pasa. Hay gente que no puede, no sabe, o no quiere gestionar. Y esto no es malo. Una persona que le den responsabilidades por encima de las que quiere tener, siempre puede dar un paso atrás y hacer lo que le gusta. Más técnico. Pero es difícil que alguien que aún no tenga las capacidades de liderazgo, gestión y estrategia, pueda hacer un rol para el que aún no esté preparado. Porque lo hará mal. Porque ser «jefe» va más allá de «ponerse el título de jefe». Va de ejercer como tal. Va de saber gestionar un equipo. Va de saber planificar. No va de dar órdenes simplemente y sentarte a esperar. Va de estar pendiente. Va de entender la casuística de lo que haces, de la gente con la que trabajas, de sus interacciones, de sus inquietudes, e incluso de sus problemas personales si es necesario. Como una buena compañera dice: si quieres saber cómo es Juanillo, dale un carguillo.

A mí no me gusta de hecho nada la jerarquía jefe-subordinado/jefe-empleado/jefe-whatever. Es una jerarquía que es necesaria cuando uno no sabe en qué lugar está y quiere pasar por encima de los demás. Pero si todos sabemos dónde estamos, es inútil, elitista, contraproducente y de bajeza moral hacer querer ver esa jerarquía. El respeto, ha de ser bidireccional, ha de ir en ambos sentidos, y se basa en saber que todos somos personas por encima de todo. Por más que tu seas más que yo. Es la coletilla de todos mis correos: «Once the game is over, the king and the pawn come back into the same box».

A veces esa jerarquía, como digo, hay quien no quiere verla. Hay quien la usará en tu contra. Estés arriba o estés abajo. Hay quien te intentará pisotear, e intentará subir a costa tuya. Esto encaja con mi percepción de los 3 perfiles universitarios/académicos: el genio, el trabajador y el chupóptero. Creo que no hace falta definir a cada uno. Afortunadamente, he visto pocos chupópteros en mi carrera. Pero haberlos, haylos.

Y quiero finalizar, con lo que a mí me preocupa: el síndrome del impostor. Creo que todo el que está en ciencia y no es un chupóptero, habrá sentido, siente o sentirá este síndrome. Es… normal. Todos creemos que somos más idiotas de lo que somos (salvo que, o seamos realmente muy listos, o seamos realmente muy pedantes). Es normal verse embargado por el conocimiento de los demás, sobre todo cuando se tocan áreas ajenas a las nuestras. Pero generalmente la mayoría de las personas que están en la academia (salvo los chupópteros) sienten este síndrome y se equivocan. Es una cuestión al final de tiempo, de perspectiva y de tratar, en este caso sí, de ser menos humilde, y sin llegar a ser pedante, saber situarse donde uno está.

Con esto ya finalizo mi reflexión, y trataré de ponerme a seguir escribiendo mi propuesta, que estas dos personas tan magníficamente han encauzado. Y si lo ganamos, las felicitaré porque ellas pusieron el alma. Y si no, la culpa sería mía y solo mía.