Para mi el miedo no es nuevo. Ya he hablado de el. Lo he experimentado en el pasado y seguro que lo experimentaré en el futuro. Es normal. Es parte de ser humano. Generalmente va y viene.
Pero mi reciente paternidad y mi evolución como padre han dado lugar a nuevos miedos. A miedos constantes. Que no se van. Miedos irracionales. Miedos sin lógica ni sentido.
Querer siempre ha sido fuente y origen de sufrimiento. Tarde o temprano, todo te hace daño. Pero querer a un hijo.. es algo diferente. Y ese amor, perturba todo tu ser. Y hace que afloren en ti miedos que jamás pensaste que podrías sentir. Protegerle es una prioridad. Que no le pase nada malo, jamás. Pero eso es imposible.
Y eso me quita el sueño. Me desvela. Hace que me acueste con la intención de ser dulcemente mecido por Morfeo y simplemente mi mente se centre en lo que le pueda ocurrir a Ares. No tiene porque pasarle nada. No va a pasarle nada. Pero sufro pensando en que le ocurra algo. Es irracional, es incontrolable. Pero está ahí.
Hace poco me hablaron de un fenómeno que conocía (y que creo que todo el mundo ha experimentado alguna vez) pero del que desconocía su nombre «clínico»: los pensamientos intrusivos.
Si bien no creo necesariamente que ese miedo sea realmente un tipo de ese pensamiento, si que es algo que como éstos, es incontrolable, ocurre de repente y parece tener poca solución de ser frenado.
Y entonces me pregunto, como realmente es posible llegar a querer tanto a alguien como para tener esa sensación tan agobiante de miedo continuo que te impide dormir. O que te impide pensar. O que te impide hasta vivir tranquilo y de forma normal. Es un miedo que te insta a no tener una vida normal, solo por el hecho de creer que pueda ocurrir cualquier cosa que le pueda causar daño.
Y estoy seguro que el miedo no será lo último que aprenderé de la paternidad.