Hace tiempo que quería escribir algo sobre mi reciente cambio laboral, pero algunos sucesos personales de las últimas semanas, y mi “reciente crisis” sobre mi capacidad/ganas de escribir han ido postergando el asunto. Hoy sin embargo me veo con “ganas” y quiero hablar de este cambio y lo que ha supuesto.
El 27 de mayo de este año oposité para catedrático de universidad. Explicar como funciona el sistema en detalle sería largo y tedioso, pero resumiendo, hoy en día se accede a este “grado/nivel” tras haber sido acreditado por la ANECA (la agencia que evalúa a los profesores para determinar si son aptos para estar en un nivel u otro, entre otras cosas) y que la universidad saque la plaza. Este asunto de la plaza daría para muchas discusiones sobre endogamia, enchufismo, injusticias, etc. Pero resumiendo: la universidad saca “tu” plaza cuando estás en disposición de ello (es decir, estás acreditado). Al menos, así ocurre en la UPM para catedráticos, donde no hay “lista de espera” (algo que, si ocurre con titulares, y por lo tanto deben esperar “su turno” en función de unos determinados criterios). El resumen es que la plaza se solicita (la solicita el departamento y la escuela), y la UPM decide si cumples los requisitos para que la plaza salga a concurso. Luego, solo debes presentarte, y ganarla. Esto, hoy en día la realidad es que generalmente solo se presenta a la plaza “el candidato” al que se la sacaron (en el fondo pretende ser una promoción interna). Pero la realidad es que cualquier persona acreditada a catedrático en el área (en mi caso Ingeniería y Arquitectura), podría presentarse. La misma realidad dictamina que esto apenas ocurre, y en mi opinión, es por dos motivos principalmente: 1) que no todo el mundo está acreditado para poder concurrir a dicha plaza, y 2) que generalmente quien lo está, por lo general, su plaza le saldrá en un breve periodo de tiempo, no interesando presentarse a otra plaza por no ser de tu área o perfil. Y este perfil es el que generalmente marca la docencia del “candidato”, algo que generalmente limita a que otros se presenten, pues haría más difícil que la ganara (en función del baremo de evaluación). Pero nuevamente, esto no impide nada.
Esto de las plazas es un asunto que podría dar para mucho como digo, pero que no es por donde quiero enfocar este texto.
Volviendo al hilo, como dije, oposité (mediante concurso-oposición) el 27 de mayo y tomé posesión el 21 de junio. Es a partir de ese día en el que oficialmente pasé a ser catedrático. Y es a partir de ese día en el que la oficialidad dio lugar a muchos sentimientos encontrados.
En primer lugar, debo dejar claro que en general me siento inmensamente feliz por haber alcanzado el nivel de catedrático. Desde que conseguí una plaza fija de funcionario como profesor titular en 2015, mi objetivo siempre ha sido seguir trabajando y que algún día pudiera llegar a catedrático. Antes de ese momento no era un objetivo (al menos realista) como tal, pues fui uno de los muchos que sufrí la precariedad e inestabilidad del sistema, y pensé que acabaría en la calle en muchas ocasiones, posiblemente teniendo que dejar el mundo académico. La vida en cierto modo me favoreció pudiendo obtener un post-doc primero, una plaza de ayudante doctor (que solo estuve un mes) y finalmente una de titular que garantizaba mi estabilidad. Pero sufrí mucho la potencial inestabilidad. Algo que también, reconozco, traté de paliar con trabajo muy duro, involucrándome en muchas actividades, en pos de mejorar mi curriculum y ser competitivo. Siempre insisto a mis estudiantes de doctorado o a aquellos que demuestran interés en la academia que lamentablemente la competencia es feroz, y que hay que currar como un animal. Es la realidad.
Como decía, haber alcanzado la cátedra me hizo muy feliz. Sentí que el durísimo trabajo de los años anteriores, que implicó muchos sacrificios a nivel personal, tenía su recompensa. Aunque quien me conoce de verdad, realmente sabe que ser catedrático solamente es un hito más, no es el final del camino. Me es imposible resignarme a llegar a un punto y parar. En ese sentido como muchas veces he hablado con muchas personas de confianza: soy ambicioso. Y seguiré siéndolo. Sobre todo, porque me gusta mi trabajo y creo que la ambición, controlada, focalizada y sin pisar a nadie por en medio, no es mala.
La cátedra me permitió henchirme de orgullo, al menos al principio. Me permitió pensar que quienes me quieren y me aprecian se alegraban por mí, y en cierto modo, me admiraban. Me iba a permitir tener una situación económica mejor. Y pensaba que también ser catedrático me iba a permitir estar en una disposición laboral mejor. Sobre todo, que la visión que se pudiera tener sobre mi en determinados aspectos, iba a mejorar.
Pero. Y siempre hay un pero: la realidad, y lo que nuestra cabeza nos mete, a veces a la fuerza y como pensamiento no deseado, no siempre concuerda con lo que pudieran ser nuestros “objetivos”. O nuestras visiones de como serían la realidad.
Y es que la realidad es que desde que soy catedrático me siento más imbécil, ignorante, farsante, impostor…
Ser catedrático tiene un problema muy grande: salvo que pertenezcas al mundo académico, la mayoría de la sociedad no conoce los niveles académicos, y lo que implican o no, no siendo conscientes de la realidad que implica ser un perfil u otro. No siendo conscientes de la escasa diferencia que hay entre un titular y un contratado doctor, o un titular y un catedrático, o incluso un contratado doctor y un catedrático. No conocen el sistema y no saben que hoy en día ser catedrático no te hace “adalid del conocimiento”. Hoy en día hay muchos niveles por debajo de los catedráticos que tienen conocimientos mucho más avanzados y actualizados que estos perfiles. Que no solo no son menos: muchas veces son más. Pero no son catedráticos por muchas potenciales circunstancias de la vida. La experiencia de estos años me ha podido hacer ver que los caminos y casuísticas a los que una persona se puede enfrentar en su vida son tan variados (y a veces mezquinos) que pueden dar lugar a situaciones esperpénticas. Esto, cuidado, no significa necesariamente que un catedrático sea imbécil, pero si es cierto que la sociedad está condicionada y sesgada hacia ese perfil.
Como digo, la sociedad no conoce esos perfiles que hay por debajo, aunque en poco (o nada a veces) se diferencien. Salvo el perfil de catedrático. Todo el mundo ha oído hablar de “catedráticos”. ¿Pero cuantos fuera de la academia saben lo que es un profesor titular? ¿un contratado doctor? ¿ayudante doctor? ¿post-doc?. Todo el mundo ha oído hablar de lo que es un catedrático. Pero quizás no de los demás. Y voy más allá: de un catedrático se habla llenándose la boca. Un catedrático para gran parte de la sociedad es el summum de la sapiencia. Es una autoridad. Es una eminencia. Es, casi irrebatible. Es respetado. Y eso, para mí, es un problema.
Es un problema porque si bien ya antes de ser catedrático me consideraba una persona “normal” (nadie brillante, excelso, magnífico), ahora, tengo la presión adicional de que debo cubrir las expectativas de ser catedrático. Y miro a mi alrededor. Y veo catedráticos excelentes. Y veo titulares excelentes. Y post-docs excelentes. Y en prácticamente todos veo algo siempre que yo, creo, no tengo. Veo brillantez. Veo sabiduría (en múltiples temas). Veo poder. Veo respeto. Veo experiencia.
Y eso me hace sentir que yo no estoy a ese nivel. Me hace sentir que “estaba bien como titular”. Me hace pensar que lo que tienen, sobre todo esos catedráticos, yo no lo tengo. Y que debería tenerlo para ser uno de ellos.
Y luego tengo mis propias cuestiones con respecto a mi mismo, a mi aspecto, a mi forma de ser y de tratar a los demás, o a mi edad. Donde pienso (y a veces veo) que mi aspecto físico se usa para prejuzgarme sobre mis aptitudes. Donde mi forma de ser, de hablar, y de tratar a los demás (sobre todo a estudiantes o compañeros) no se corresponde con la de “la mayoría de los catedráticos” (para bien y para mal). Donde mi juventud sirve para generar dudas sobre cuanto me lo merezco. Tuve que oír por ejemplo al poco de sacarme la plaza como una persona, hablando sobre mi edad y que era catedrático, dijo que “las cátedras las deben regalar en informática”.
Y la verdad es que, en cierto modo, yo mismo no puedo evitar muchas veces reflexionar sobre ello como hizo esta persona. ¿Acaso me lo merezco? ¿Acaso realmente el trabajo que he hecho estos años es merecedor de esto? ¿No soy demasiado joven? ¿No debería haber esperado un poco? ¿Qué prisa tenía? ¿Es lícito todo lo conseguido?.
Todo esto, unido a esa sensación de ignorancia comparativa con respecto a otros, unido a la falta de experiencia con respecto a otros, hace que me plantee si es de verdad lícito que esté donde estoy ahora mismo.
Y si, hay quien me ha dicho que eso es “síndrome del impostor”. Pero no tengo tan claro que esto sea así. No se si tratar de darle un nombre y una explicación como la del síndrome del impostor no es más que en realidad un ejercicio de falsa humildad.
Sea como sea, la realidad final de toda esta reflexión es que, aquí estoy.
Como catedrático.
Pero siendo, simplemente, uno más.
Ni más, ni menos.